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La maternidad no se compra

Actualizado: 17 may 2023

Laia Meseguer. Castelló de la Plana


La gestación subrogada, o más bien, la explotación reproductiva ha vuelto a hacerse un hueco en la agenda mediática y política en España. Esta práctica, ilegal en muchos países e ilícita en cualquier rincón del mundo, plantea varios problemas éticos. Para empezar, la subrogación se define como “negocio jurídico mediante el cual una persona sustituye a otra en una obligación”. Y en eso, precisamente, se convierte la explotación reproductiva: un negocio de compra-venta de niños.


Además, este método de reproducción convierte el cuerpo de la mujer en un medio para alcanzar un fin: la mujer se convierte en un útero, una máquina de hacer bebés a disposición de los ricos, que con dinero pueden conseguir -cualquier cosa-.

Tras el aluvión de noticias y la diversidad de opiniones en torno al caso de Ana Obregón, es necesario aportar algunos datos.


Primeramente, tenemos que situarnos en el marco jurídico-legal del estado español. En España, la explotación reproductiva es ilegal, según la ley 14/2006 sobre Técnicas de Reproducción Humana Asistida. Así, toda persona que quiera comprar un bebé debe ir a un país donde esta práctica sea legal, ya sea Estados Unidos, Israel, India, Reino Unido o Canadá, entre otros.


Muchos defensores de la explotación reproductiva apelan al altruismo y a la libertad de las mujeres para tomar sus propias decisiones. Hace unos días, la derecha y ultraderecha española recriminaba a las feministas por defender la libertad de decisión de las mujeres para abortar, pero no para la gestación subrogada. Una mujer en una situación económica cómoda no gestaría a un bebé para dárselo a otra familia, contemplando los riesgos que conlleva el embarazo y el parto; y con los cambios físicos y psicológicos que se experimentan en la maternidad. Efectivamente, esto no es en absoluto habitual. La mayoría de casos de explotación reproductiva se dan, en realidad, por una situación de pobreza extrema de la madre. ¿Dónde queda la libertad de decisión si necesitas el dinero que pagarán por tu bebé para sobrevivir? En ningún lado. De hecho, apelar a la libertad de decisión de una mujer sin recursos desde una situación económica holgada es perverso y denota falta de conciencia de clase.


Curiosamente, aquellas personas que defienden férreamente la familia “tradicional”, la clásica, a la antigua, la de siempre, son las mismas que ahora defienden lo que ha hecho Obregón: ser “madre-abuela” a los 68 años de una niña comprada a su madre, inseminada con el esperma de su hijo fallecido hace tres años. Esta forma familiar es peculiar cuanto menos. ¿Por qué se hacen malabares para defender esto y se critican a las parejas homosexuales con hijos, o a las madres solteras? Porque no es por una cuestión de ética sino de clase: “simio no mata simio”.


En pocas palabras, comprar un bebé, además de ser inmoral, es profundamente egoísta, puesto que la libertad individual no es absoluta, y acaba donde termina la dignidad y los derechos de la otra persona. Además, creer que tener hijos es un derecho es realmente peligroso y promueve este tipo de prácticas que atentan contra la dignidad y los derechos de los menores.

"La maternidad no se compra". Diseño de Laia Meseguer












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